7.7.09

de los hechos reales

Pongámonos en situación: Pablo, doce años, paralítico cerebral con importantes limitaciones a la movilidad, usa silla de ruedas con mucha dificultad y en trayecto muy cortos, pero como suele pasar en estos casos su capacidad cognitiva se encuentra intacta. Él está escolarizado en un centro educativo ordinario en el que únicamente recibe el apoyo de una profesora de pedagogía terapéutica, ni fisios ni nada que se le parezca y es el único en su colegio con una discapacidad.

Una tarde, hará aproximadamente un año, nos encontrábamos trabajando en la asociación la expresión de sentimientos, procurando que estos se mostraran de la manera adecuada mediante la mímica, intentando que fueran capaces de asociar distintas situaciones para evocar diversos sentimientos y emociones (felicidad, ilusión, tristeza, nerviosismo...) y su respuesta no nos pudo llamar la atención.

Hasta el momento cada vez que pedíamos que pensaran algo que les provocara tristeza o pena solían repetirse las respuestas del tipo: “...cuando se murió mi abuelito.” o “... el día que se me escapó el perro”, pero lo que no esperábamos es que Pablo, un chico alegre y con una imaginación increíble, nos dijera:
-“ Jugar al pilla pilla”
-“ Pero, Pablo ¿por qué te pone triste jugar al pilla pilla?”
-“ Porque todos mis compañeros juegan y yo no puedo”

Que evidente y que fríos nos dejó. Tratamos de profundizar un poco más en el tema hablando con él y con otros usuarios con P.C.I. que acuden a centros ordinarios, y aunque se afrontaba de diferentes maneras, la situación era la misma: en el patio del colegio siempre se sigue jugando a los mismos juegos de siempre (al escondite, a la pelota, a pillar, en los columpios...) que difícilmente muestran un acceso fácil a los niños y niñas con una discapacidad física.
Lo que varía, como decía, es la manera de afrontar estos hechos. Por un lado hay niños/as que se resignan a participar en el papel que les dejan, es decir, son los porteros en el fútbol, los que aguantan la goma mientras las demás saltan... incluso de vez en cuando juegan a pillar si un compañero decide ir empujando su silla de ruedas. Pero esto no siempre es así, los hay como Pablo, que se niegan a asumir estos roles pasivos alegando que no les gusta el fútbol o que la última vez que jugó a pillar cogió tanta velocidad que la silla volcó y acabó con toda la cara señalada, pero en el fondo estas situaciones le provocan tristeza al verse apartados del resto del grupo.

Al igual que intentamos llegar al fondo del meollo con los niños y niñas, nosotros, como profesionales de la discapacidad que somos, intentamos hacer el mismo esfuerzo, y pudimos observar que durante mucho tiempo habíamos estado asistiendo a estos hechos sin darnos cuenta. Por ejemplo, el fisioterapeuta de la asociación ha perdido la cuenta de las veces que durante las coordinaciones con los respectivos centros escolares de los usuarios de Adis se le ha pedido asesoramiento a cerca de las posibles actividades que se le podrían plantear a estos chicos y chicas mientras sus compañeros hacen gimnasia o psicomotricidad, “por si algún día le dice de hacer algo diferente”.
De esta declaración de buenas intenciones se deriva algo mucho más grave, y es que el resto del tiempo hasta ahora y hasta el día que se decida el profesor, estos chicos y chicas no han tenido una propuesta de actividad física adaptada a sus necesidades. Porque una cosa hay que dejar clara, que tendrán una discapacidad física, pero no son troncos rígidos que no se pueden mover. El hecho de que no puedan correr de pie no significa que no puedan hacerlo en su silla de ruedas o lanzar objetos o esforzarse al máximo en una colchoneta. La mayoría de los niños y niñas diagnosticados de PCI que acuden a la asociación desconocían la existencia de deportes como la boccia específicos para parálisis cerebral, siendo este un deporte en el que podrían competir de igual a igual con cualquier persona o compañero de colegio.

Con este panorama nos rondaba ya la idea de realizar un corto denunciando esta situación, pero el empujón final nos lo dio el caso de uno de los protagonistas del corto, José Esteban, que obtuvo un meritorio SUFICIENTE en educación física. Cuando le preguntamos por el criterio de evaluación dijo que no le habían pedido hacer nada de nada, era poner una nota por ponerla, y aunque este suficiente le baja la nota media de todo el curso, al menos tiene que dar gracias porque podía haberle suspendido como a la otra chica.

Queríamos hacer un trabajo que sirviera para denunciar estas situaciones en los centros escolares ordinarios, en los que se procura hacer adaptaciones curriculares en muchas materias pero donde no se propone una actividad física integradora adecuada a sus condiciones particulares. Queríamos pedir que, aunque José Esteban brincara de alegría el día que paró un penalti con la cara, se adecue para él (y para otros tantos) un sistema de evaluación acorde a sus posibilidades reales, en el que también tenga posibilidad de sacar un sobresaliente si su esfuerzo lo merece, y si no es posible que le declaren exento y no le baje la nota media del curso.

Queríamos hacer un corto sobre los juegos infantiles en el colegio y la pesadilla que estos suponen para chicos como Pablo. Y lo hemos hecho.

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